Una vez mas he estado contemplando las gotas de agua que cuelgan de las ramas de los árboles después de la lluvia; me maravilla como reflejan los colores del arco iris, me asombra su brillo y transparencia, parecen diamantes fugaces adornando el jardín por un instante y luego, sin resistencia, caen a humedecer la tierra. Así es la vida, efímera, no importa cuan breves o extensos sean los tiempos: los microsegundos de un electrón, las 24 horas de un insecto, los 90 años de un hombre, los 4500 millones de años de la tierra, los miles de millones de años del universo, igual todo se termina, toda forma es perecedera, remanifiesta por un instante, horas, días, siglos, para luego transformarse e integrarse a otros ciclos, o sea lo que llamamos morir.
Que sorprendente es que en la fugacidad de todo ocurra este instante, único, irrepetible, donde estas gotas de agua estas nubes, este sol, se encuentran por un único y fugaz momento en el espacio tiempo.
Que milagroso es, desde este punto de vista, cada encuentro.
Cuantas cosas tuvieron que coincidir para que la orquestación de eventos de este instante, aquí y ahora, ocurriera. Que apreciable se vuelve cada gesto, cada persona en nuestras vidas. Estos son los verdaderos tesoros y allí están, a cada momento, si los sabemos mirar.
A veces pensamos que nuestra riqueza son las cosas que poseemos, pero eso es una ilusión, es imposible poseer algo, puesto que somos transeúntes y todo aquello que hoy es, dejara de ser. El punto es descubrir la excelsa belleza de cada instante, el momento único de la sinfonía de la vida; quien lo hace, vive en la abundancia, y no necesita vivir en una actitud de ansioso adueñamiento de nada.
Todo esta para nosotros, siempre ahí, el punto es “ver” y no solo mirar, entrar profundamente en cada momento, en cada ser, en cada evento.
Al contemplar conectamos son una dimensión mas profunda de la vida, conectamos con el aspecto imperecedero de un árbol, de una persona, de un grupo o del mundo entero. Contemplar es ver más allá de la forma, es unirse a la vida intangible que se manifiesta a través de esa piedra, de esa nube, de mi o de ti.
Se que lo que digo parece una locura en nuestros tiempos, vivimos tan lejos de todo esto, parece que estuviéramos siempre perseguidos por alguien o algo que nos obliga a vivir rápido como devorando cosas, experiencias, pasando por encimita para tener y hacer mas y mas, pero nos quedamos siempre con la sensación de carencia, de insatisfacción, como si bebiéramos de un agua que no pudiera quitarnos la sed.
Quizás el punto es que la sed humana no se sacia con cosas, ni con desafíos, ni con aventuras, ni con viajes, ni eventos múltiples. Quizás si la sed humana se acabe solo con cuando entramos en contacto con la esfera mas honda de la vida, con lo que permanece mas allá de todo cambio, con lo que es, mas allá de las apariencias. Quizás si cuando entramos allí, en esa esfera misteriosa en que desaparece la ansiedad y el tiempo se detiene, logremos al fin sentirnos plenos, sentir que hemos llegado a nuestro hogar, que hemos encontrado lo que desesperadamente buscamos y que en tantos espejismos creímos encontrar.
Para llegar ahí no es preciso cambiar de casa, de lugar, de país. Se trata solo de detener el frenesí de la mente para entrar en una dimensión más profunda de entendimiento, de contemplación, donde nos encontramos un silencio, con una claridad que nos permite ser, más allá del nacimiento y la muerte.
Allí se termina el miedo al cambio y, al fin, el deseo de poseer, el desencanto, y la vida se transfiguran en una danza, siempre cambiante, donde los mundos nacen y mueren, donde se crean y crean nuevas expresiones, donde podemos vivir como romeros, sin apegarnos a las formas, pues sabemos que nuestra raíz, nuestro centro, nuestra pertenencia, nuestro tesoro, esta en un reino de totalidad y claridad mas allá de la forma.
Le petit Etoile.
