¿Qué tiene en común el ser blanco o negro, católico o judío, bien parecido o feo, mexicano o árabe, heterosexual u homosexual, exitoso o fracasado, y así sucesivamente? Lo que tiene en común es que todos esos atributos son juicios. Son una percepción, una etiqueta, una creencia. Y es por eso que no podemos reconocer la esencia de todo, la cual es amor y solo amor; puesto que solo el amor es real. Nuestros juicios son los obstáculos que nos impiden experimentar ese amor. Si juzgas a una persona con cualquier etiqueta, primero, pones un obstáculo para experimentar tu amor y la unidad con esa persona; y segundo, te crucificas a ti mismo, puesto que esa imagen, la cual etiquetaste, es sólo una proyección de tu mente. Si yo juzgo a una persona, la descalifico o la margino; si siento algún tipo se resentimiento, de rechazo o ira; estoy añadiendo un obstáculo en mi mente que no me dará la oportunidad de experimentar verdadero amor. Así no me permito experimentar amor con la inocencia de cuando era niño, sin juicios, sin condiciones, sin medida.
Deja a un lado todos los pensamientos acerca de lo que crees que tú eres y de lo que crees sobre los demás. Deja a un lado todos los conceptos que hayas aprendido acerca del mundo; todas las imágenes que tienes acerca de ti mismo. Vacía tu mente de todo lo que piensas que es verdadero o falso, bueno o malo, mejor o peor. Vacía tu mente de todo pensamiento que consideres digno, así como de todas las ideas de las que te sientes avergonzado. No conserves nada. No traigas contigo ni un solo pensamiento que el pasado te haya enseñado. No traigas ninguna creencia que hayas aprendido con anterioridad, sea cual sea su procedencia. Olvídate de este mundo. Y solo así, con las manos vacías y revestido de inocencia, podrás ir al encuentro del amor, podrás ir al encuentro de Dios. (Autor: Nick Arandes)