Es beneficioso tener presente a medida que leemos el Curso cuán a menudo Jesús se refiere a nosotros como niños pequeños. No nos llama ni adultos ni personas maravillosamente maduras. Una y otra vez, nos dice que somos como niños. El Curso está escrito para nosotros como niños pequeños, en la forma en que Jesús, como un hermano mayor más sabio, que entiende la diferencia entre la realidad y la ilusión, está tratando de enseñarles a sus hermanos y hermanas menores algo sobre lo cual no tienen la más mínima idea. Es extremadamente humilde y beneficioso aceptar el hecho de que, sí, somos cual niños pequeños. No tiene la intención de insultarnos. Si podemos aceptar eso, entonces podemos comenzar a aceptar la ayuda que está ahí.
Cuando negamos ser como niños, estamos reproduciendo el error original cuando nos volvimos hacia Dios y dijimos: “Ya no te necesito más. Puedo hacerlo yo solo. Puedo hacerlo a mi manera. Sé mejor que Tú lo que necesito y lo que quiero. Si no me lo vas a dar, lo haré yo solo.” Y eso hicimos. Nos separamos dentro del sueño y fabricamos un mundo y un yo; una identidad de la cual decimos: “Este es quien soy.” Y de algún modo, en la demencia de nuestras mentes, realmente creemos que esto es mejor que el Cielo que tiramos. Obviamente esto no es humildad; es la cumbre de la arrogancia. Y ciertamente no es cordura. Es la cumbre de la demencia. Jesús nos está preguntando siempre en el Curso por qué persistimos en creer en algo que francamente no funciona, y que sabemos que no funciona.
Hay dos líneas en el texto -unos cientos de páginas aparte- que si se unen, dicen: “Renuncia ahora a ser tu propio maestro, pues te enseñaste muy mal” (T-12.V.8:3; T-28.I.7:1). Firme, terca y tenazmente rehusamos hacerlo. Decimos: “No, yo soy mi propio maestro, y sé lo que estoy haciendo,” incluso cuando es obvio que no sabemos lo que estamos haciendo en absoluto, y que nada de lo que jamás hemos hecho por nuestra cuenta funciona. Por lo tanto, Jesús nos está diciendo básicamente en el Curso: “Lo que has hecho no funciona. ¿Por qué al menos no me das o le das al Espíritu Santo una oportunidad, puesto que no tienes nada que perder? Ya lo has perdido todo. Y aquí nada va a funcionar jamás o a brindarte felicidad o paz.
Pero nos sentimos aterrados del amor -estamos tan aterrados de Jesús y de Dios- que continuamente nos resistimos a lo que Jesús nos dice, y levantamos una barrera tras otra para mantener su amor alejado. El comienzo de darle la vuelta a esto llega cuando somos capaces de reconocer lo que estamos haciendo y entonces podemos decir: “Sabes, aquí hay algo realmente erróneo. Puede ser, solo tal vez, hay una leve posibilidad de que me haya equivocado.” Ese reconocimiento es la invitación al Espíritu Santo de la cual habla el Curso. Eso abre la puerta.